lunes, 11 de febrero de 2013

MALASAÑA

Malasaña, el barrio de La Movida: un eslogan repetido una y mil veces. Y de ahí a ahora, a la Malasaña hipster y ¿gentrificada? El barrio de moda, lleno de tiendas de ropa y diseño. De galerías y librerías también ¿Y en medio? ¿Qué nos llevó aquí en los noventa? ¿Fue esa una década de transición o una década importante para el barrio?

A raíz de el Plan de Rehabilitación del Centro de Madrid del 87 y los sucesivos esfuerzos municipales por adecentar un centro urbano que se caía a cachos y se despoblaba a ritmo endiablado, Malasaña fue cambiando de fisonomía. Se rebajaron bordillos, se renovaron las aceras, se plantaron algunos árboles y se redujeron las plazas de aparcamiento.

hemos pedido prestados los recuerdos de personas que han vivido malasaña, recuerdos a los que hoy tratamos de dar forma para conformar una memoria cartográfica de la Malasaña de los noventa.

LITERATURA:

Encontramos retazos de aquel barrio en algunos libros: en Un buen chico y malasaña año cero de Javier Gutierrez, (Cada mañana, salía del metro de Bilbao y, de camino a Noviciado, cruzaba, a pie, la hoy mitificada plaza para acometer mi jornada laboral en la sede parlamentaria de entonces: la vieja Universidad de San Bernardo.) en las Historias del Kronen de Mañas, o en Ray Loriga.

«Día terrible, lleno de gloria, / lleno de sangre, lleno de horror, / ¡nunca te ocultes a la memoria, / de aquel que tenga patria y honor!». Así comienzan los versos escritos en 1810 por el poeta Juan Bautista Arriaza en honor a los caídos el 2 de mayo de 1808. 



El poeta Eduardo Haro Ibars, tal vez el más maldito de los escritores malditos que habitaron Malasaña,fue precursor de la nueva ola literaria, movimiento underground que transitó paralelo a la llamada movida madrileña. El epicentro de esa Malasaña libertaria de Haro Ibars fueron los bares, sobre todo La Vía Láctea y el Pentagrama, punto de encuentro de la intelectualidad emergente.

Entre ellos, el noctívago impenitente Michi Panero, paradigma del escritor sin obra, su hermano el poeta Leopoldo María Panero, Julio Llamazares que noveló esta época en 'El cielo de Madrid' (2005)reúne a un grupo de amigos todas las noches en un bar de Malasaña llamado el Limbo y Luis Antonio de Villena autor de las novelas 'Madrid ha muerto' (1999) y 'Malditos' (2010).

TESTIMONIO 1:
Recuerdo ir al Penta a pillar cacho, porque era donde había que ir si querías pillar cacho. Por supuesto, nunca pillé cacho; Música de Extremoduro Platero. Ya no quedan garitos heavy. Los indie mataron el punk; El Rey Lagarto que fue el templo del grunge mainstream en la segunda mitad de la década, el American Pieque solo ponían Led Zeppelin IV y el plátano de la Velvet; El Maravillas, sin duda. Y el Garaje Sonico, el Mercurio, el Nueva Visiónla Vaca Austera, Corto Maltés… El Morguen… El Sister Ray…El Grial, que hoy es el Sideral, con el concierto de La Vacazul…; minis y bravas en el bar La Pepita, con sus posters de pelis; el Patiburrillo; la tetería Nanai; San Mateo 6, el garaje y el grunge en pleno apogeo; el Bremen y su gran camareta Eloy, punto de encuentro y cañita. Luego El Maragato, tascorro, luego un vermut de caña con anchoa y sobre las 11 mus en Casa Julio; El Bar Indian en la Calle del Tesoro; la primera siempre en los ginkases, licores con pasteles de colores en el Madroño, La Vía, elHotel California y mucho Marx Madera; Al gran Tomás en El Fantasía, asturiano, frente a La Vaca Austera. Escanciaba vodka en vasos de chupito; Borroso. Y lo que no está borroso doble. Y lo que ni borroso ni doble…no se puede.

_______________

Había también grupetes de amigos hoy muy reconocibles. Gentes del mundo de fanzine hoy a nómina de suplemento cultural, con gusto musical entre el garage y el tonti pop (hacia el final de la década). El contrato discográfico de los Meteosat deBorja Diana (y Nacho Escolar) dio para muchas horas de conversación. Por aquellos noventa llegó también al barrio el templo: Madrid Cómics.
Por La Vaca Austera – que regentaban los de Def Con Dos – paraban Lucía Etxeberría, Julián de los Siniestro o Alex de la Iglesia, que acabó por encargar a los de César Strawberry la banda sonora de su ópera primaAcción Mutante, cuando el grupo casi ni existía. Y otra pandilla, en la segunda mitad de los noventa, la de los Amenábar Mateo Gil, que celebraran sus Goyas en su cuartel del Pepe Botella.

TESTIMONIO 2:
Una riada de estampas. Recuerdo barricadas los días de mani antifascista (los cierres a medio subir, y la policía entrando a los bares a sacar a jóvenzuelos uniformados ). Gente con cresta avisando de que había cerdos (neonazis) de caza. Ynestrillas en un coche en una ocasión. Yo vivía esas calles de forma muy politizada. Y no era raro. Olor a pis, mucho olor a pis y vómito. Recuerdo que los bares de viejo no eran una extravagancia molona, sino el paso previo natural antes de los rock bars. Recuerdo también noches enteras sin entrar a ningún bar. Y de principio a fin – siempre -La Vía o el Nueva, más o menos igual que ahora pero con menos guiris. ¡Ah! y futbolines en El Laberinto. Recuerdo que existían los minis, que la gente ya era demasiado moderna para mí de todas formas. Recuerdo una rudimentaria máquina para jugar a darse calambres eléctricos en el Sister Ray, que la plaza de San Ildefonso se llamaba del Grial (y a fe que era otra bien distinta). Recuerdo que las hamburguesas del Lozano eran nuestras porciones de pizza al corte y los primeros kebap que yo vi en esta ciudad. Recuerdo botellones bien macro en Barceló, donde la gente era un poco más como de Alonso Martínez. Recuerdo vendiendo pañuelos allí al mismo señor que los vendía también en los botellones del Dos de Mayo. Recuerdo algunas calles más solitarias que hoy en las que nunca pasé miedo, gente sentada en los portales de Velarde. La sensación de poder descubrir siempre un nuevo bar que llevara ahí un lustro. Recuerdo llamar a algún garito para poder entrar. Recuerdo unos rastas que parecían de Kingston con un cuentagotas y trocitos de cartón en un cuartito de La Pepita.

El Jazz Madrid, Joaquín, a quien “si no dimos alguna vez unos centimillos es que no tenemos corazón”, el Más Allá, Casa Camacho, el Flamingo, Kike Turmix, el Pele (búsquenlos en el periódico:aparecen), La Mina, ¡el Ágapo!, El Puerto, el Malandro, el No Fun, el Supergen en Ruiz, al Sportivo, el Doble Cero, el Norton, el Ali Fanfarón (San Ildefonso, en la esquina donde ahora está el sitio de pizzas para llevar), El Gran Vuelo, el Down, el Maragato (en el que ya tomaba bocatas de anchoas mi padre de niño), Isabel con sus vestidos negros ultra ajustados y su pelo cardado joder, bailando en los garitos de garage, el Feito, la okupa de Valverde, el Louie Louie…

ARTE
JUAN Y ENRIQUE COSTUS -> "Debería ponerse una placa en La Palma, 14, porque allí nació la movida" Fabio McNamara

El fin de la movida no significó el fin de Malasaña. Al contrario, la semilla del underground había arraigado con fuerza en sus calles. Los jóvenes escritores rock que despuntaban a principios de los noventa como Ray Loriga, Daniel Múgica o José Ángel Mañas convirtieron Malasaña en el escenario urbano recurrente de sus novelas. Para entonces, el estallido del fenómeno grunge y la multiplicación de bares de música independiente habían atraído hacia Malasaña a un nuevo público compuesto en su mayor parte por estudiantes universitarios nacidos en los 70. Una nueva generación, acusadamente menos autodestructiva que la anterior, que acabó instalándose allí. Al principio con escasos recursos, compartiendo casas destartaladas, luego comprando pisos en mal estado para reformarlos. Pronto abrieron sus propios negocios o prosperaron al calor del crecimiento económico. Malasaña se transformaba en un barrio residencial a la misma velocidad (imperceptible pero constante) con que sus habitantes se hacían adultos.
Era otra "movida", hecha de asociaciones de vecinos, de clubs juveniles en parroquias austeras, muy alejadas del integrismo que hoy domina la iglesia, de centros culturales improvisados, de reuniones sindicales, cursillos de urbanismo, exposiciones al aire libre y lecturas poéticas a la intemperie